El tren es donde comenzó mi historia.
Después de darme cuenta de que el chico despeinado, a partir de ahora llamado Leo, era parte de mi vida diaria, de mi escuela y de mi entorno, dejé de buscarlo en los vagones del tren. Al contrario, cada vez me preocupaba menos por la hora en que llegaba a hacer mi trayecto diario, y ansiaba más verlo en la escuela en las mismas filas de los bebederos en los que me había hablado por primera vez.
Por lo tanto, el día que me lo encontré de camino a casa en el mismo tren fue una sorpresa que habría de cambiar el transcurso de mi vida.
Ese día fue terrible. Exámenes de muerte, problemas con las tareas, un calor asfixiante, una migraña explosiva y unas amigas que me habían abandonado por culpa de los novios que cada vez me las quitaban más. Horrible, pues, por lo que yo sólo quería llegar a casa, ponerme la pijama, y llorar mis desventuras hasta que amaneciera al otro día.
Llegué al tren como de costumbre... pero ya se había ido. "Fantástico", pensé, viendo en mi reloj que el próximo tardaría una media hora más en llegar. Y las bancas de la estación estaban ocupadas por mujeres con niños, ancianos, vagabundos chorreando mugre o personas que habían tenido una mayor fortuna que yo al encontrar un lugar libre.
Decidí que no me importaba y me senté en el piso de la estación, en el lugar que me pareció menos sucio de todos, y me recargué contra la pared para ver si así descansaba un poco mi dolor de cabeza.
No es necesario decir que me quedé dormida contra la pared como vil mendigo. Que ni cuenta me di cuando el tren al que esperaba llegó, estuvo y se fue, dejándome otra vez abandonada como paria. Y que tuve la fortuna de despertar justo cuando la cara de cierto chico despeinado estaba frente a la mía, esperando que estuviera viva todavía.
- Hey, chica del bebedero... ¿estás deshidratada?
Yo lo interpreté como una broma, de esas que no dan risa más que a quién las dijo, y traté de ponerme de pie por mi propia cuenta, ignorando al famoso Leonardo quien me veía aún divertido por mi "lugar de descanso".
- Nunca sospeché que a una chica como tú le gustara dormir la siesta esperando monedas del cielo.
"Otra bromita de esas y quien estará esperando que le caigan monedas del cielo serás tú, imbécil", pensé mientras me acomodaba la blusa y trataba de volver a cargarme la mochila que, dicho sea de paso, ahora pesaba como media tonelada más de lo que yo recordaba. Media tonelada que ahora estaba en su espalda y no en mis manos.
- Vamos, chica muda. Yo te llevo si tú prometes decirme al menos tu nombre.
Me tendió la mano al verme tambalear por el mareo de la migraña, y me prestó su hombro para dormir la mayor parte del camino a mi estación, a partir de donde tendría que arreglármelas yo sola para subir los escalones al exterior y llegar a casa. En mi delirio, recuerdo también su mano sobre mi rostro, quitándome el cabello pegado a mi frente por el sudor de enferma, y a sus largos dedos acariciándome la palma de la mano en un vano intento por reconfortarme en esos momentos en los que yo no sentía ni oía nada fuera del dolor de cabeza y del zumbido en mis oídos.
Lo último que recuerdo es que vi sus ojos de gato, y me desvanecí antes de poder cumplir la promesa de decirle mi nombre.
No comments:
Post a Comment