Mar 6, 2010

Nayeli



Ayer llamaron buscando a una chica llamada Nayeli. Bueno, en realidad, no la buscaban.
El teléfono sonó tres veces hasta que pude responder. Cuando lo hice, una voz varonil empezó a hablar desde el otro lado de la línea, sin darme oportunidad de contestar. Entre lo que capté, me dijo que estaba muy decepcionado, que me odiaba, que no quería volver a saber de mi... en fin, me dijo hasta de qué me iba a morir y quien me iba a recibir cuando eso sucediera.
Después cortó. Y yo me quedé con el teléfono al oído, aun en shock por todo lo que acababa de oír y lo que no pude decir.
Regresé a lo que hacía, aunque no pude pensar claramente después de eso. Pensaba en ese chavo, Uriel, que me había dicho todas esas cosas a mi, una desconocida, pensando que era la tal Nayeli. Pensaba en lo que esa chica le habría hecho para reaccionar de tal manera y despedirse de una forma tan definitiva. Mi tarea pasó a segundo plano pensando en toda clase de historias y elaborando distintos escenarios para la historia de amor y desamor de Uriel y Nayeli.
El teléfono volvió a sonar, pero pasaron unos minutos para que yo respondiera.
Una voz varonil y ahora conocida me habló del otro lado de la línea: esta vez, no escuchaba la misma pasión y molestia que la vez anterior.
- Tú no eres Nayeli, verdad - me dijo así, sin interrogación, afirmando lo que ya sabía.
- No, no lo soy.
- Lo siento, no fue mi intención hablarte así -dijo, y fue la primera vez que le escuché a un hombre pedir disculpas de esa forma, tan sinceras.
- No, yo lo siento por no habértelo dicho. Y te pido disculpas por lo que sea que Nayeli haya hecho.

Él se rió, y me contó la historia de Nayeli y Uriel. Como pasaron del amor a los celos, de los celos al engaño, y del engaño al odio más profundo. Bien dicen que del odio al amor hay un solo paso, y aparentemente ambos lo dieron.
...
Dos horas después, Uriel sigue pegado al teléfono. No encontró a Nayeli cuando llamó, pero encontró a otra persona, a una chica dispuesta a escuchar sus problemas, sus dramas y su horror. Ella está recostada sobre su cama, de repente riendo, de repente llorando, pasando de una forma bipolar del llanto a la risa y de la alegría al enojo sin un puente intermedio. Él se divierte, ella lo escucha.
Ambos se quedan dormidos con el teléfono al oído, la sonrisa en la cara, y una deuda enorme por una llamada sin final.